1. San Fernando. La historia de una vergüenza paraguaya.

Obré con las partidas en las manos, en medio de las batallas, frente al enemigo que nos empujaba en trágica retirada(Sic) [1].

Padre Fidel Maiz (Foto)

San Fernando. La historia de una vergüenza paraguaya.

      Los sucesos del campamento de San Fernando constituyen un capítulo aparte en la historia de la Guerra de la Triple Alianza y lo es pues representa aquel oscuro momento donde paraguayos torturaron y mataron a paraguayos dentro de un remedo de proceso judicial llevado a cabo para juzgar una pretendida conspiración montada –según la acusación- por parientes, amigos, funcionarios del gobierno, diplomáticos y ciudadanos extranjeros para derrocar y hasta para matar a Francisco Solano López. Ocurrió desde junio a agosto de 1868 en la orilla derecha del Tebicuary, pocos kilómetros antes de su desembocadura en el rio Paraguay. San Fernando era una estancia del Estado Paraguayo.

No se concibe que en una conspiración para derrocar al primer gobernante de un país en guerra que, además, comandaba un ejército, no acudan los principales elementos que deben conformarla, esto es, la absoluta concentración de intenciones en un reducido grupo cuando que apenas dibujada la conspiración en sus orígenes una declarante afirmó que unas doscientas personas estaban involucradas y ninguna de ellas tenía mando de tropa como para ejecutar el eventual alzamiento que garantizara el buen éxito de la asonada. ¿Cómo pensar en una conspiración real si no se cuenta con el brazo armado que la llevará adelante?

     Los tres principales cronistas y protagonistas de la guerra, también implicados en el proceso como jueces o supervisores, el Gral. Francisco I. Resquin y los luego coroneles Silvestre Aveiro y Juan Crisóstomo Centurión no son muy precisos en demostrar claramente que la conspiración existió y fue probada suficientemente sin atisbo de duda alguna, y no pasaron de repetir el mismo alegato que fue esgrimido en tiempos del proceso donde sólo se habrían obtenido declaraciones de los detenidos pero no pruebas palpables, incluso el último, Centurión, becado paraguayo en Europa, acusó a dicho proceso fue viciado de nulidad por haberse obtenido esas declaraciones por aplicación de la tortura a la inmensa mayoría de los declarantes.

            El Gral. Resquín habla en su obra de toda una conspiración en Septiembre de 1866[2], días después de la Conferencia de Yatayty Korá entre López y Mitre pero no aporta pruebas sólo sigue la línea del alegato que los fiscales de sangre imponen recién en 1868 siempre en base de las declaraciones arrancadas con apremios físicos dos años después, demostrándose así que Resquin, en sus memorias, acomodó este suceso a los que vendrán a suceder en San Fernando más tarde.

            Por su lado, el coronel Silvestre Aveiro repitió la actitud de Resquín hablando en sus memorias de una conspiración montada ya en 1867 durante la enfermedad del Mariscal (cólera) incluso calendariza la conspiración afirmando que

la trama revolucionaria duró dos años y medio y solamente les faltó un hombre de acción capaz de asumir tanta responsabilidad (sic)[3].

Con la afirmación de Aveiro el calendario de la conspiración supondría que la misma –y toda vez que fue descubierta alrededor de Mayo o Junio de 1868- se había iniciado a principios de 1866, unos cuatro meses antes que los aliados pisaran el Paraguay siendo esto un total sin sentido ya que parte de la conspiración se habría hecho en comunión con los aliados asentados frente a Paso Pucú lo cual se dió recién a mediados de 1867 según las declaraciones de los reos. Aveiro, también, acomodó el calendario para demostrar la supuesta conspiración y llegó más lejos aún que Resquín, adjudicando a los complotados una comunicación para derrocar a López y, además, sin tener un responsable a la cabeza. En sus Memorias, Aveiro también acomoda otros hechos que más tarde serán dados a conocer en San Fernando como fueron las acusaciones al ministro americano Washburn de entenderse con el Marques de Caxías, comandante aliado.

Aveiro, sin embargo, al redactar sus memorias comete un error cronológico que lo delata pues escribe:

partían de la base los revolucionarios de que López estaba encerrado en Pasó Pucú, sin imaginar que pudiera haber comunicaciones por el Chaco…[4],

Esto supone, por el texto elegido, que los conspiradores no inician su complot sino hacia Febrero de 1868 con el encierro de López en Humaitá pero renglones antes hablaba de una conspiración que duró dos años y medio, iniciándose, conforme a ese plazo, en los primeros días de 1866 y no olvidemos que también señaló que la conspiración se inició en 1867 con la enfermedad de López. Aveiro, él sólo, se tropezó con su propia mentira fijando tres fechas de inicio de la conspiración. Naturalmente, este personaje histórico no habla de su actuación como uno más de los fiscales de sangre, pero señala que algunas pocas declaraciones fueron obtenidas “sin torturas” (Sic) dejando en claro que en las demás declaraciones se obtuvieron con las mismas, admitiendo expresamente que

los jóvenes españoles murieron torturados sin querer siquiera contestar las preguntas (Sic).

Se refiere a los Oribe o Uribe.

            Respecto de Juan Crisóstomo Centurión, y dado que es el cronista que más detalles brindó en sus cuatro tomos, iremos revisando sus afirmaciones a lo largo de este capítulo de San Fernando.

La supuesta conspiración tiene tres momentos bien definidos como será explicado.

Un primer momento –o cabeza de proceso- es el que supone el motivo de la supuesta conspiración y su detonante es el cerco que los aliados imponen a la fortificación de Humaitá en diciembre de 1867 tomando la posición de Tajy (foto) y el posterior pasaje de la flota imperial por frente a dicha fortificación lo que dejó expedito el camino a Asunción y el corte de la comunicación de Solano López con la capital y los funcionarios de gobierno, en febrero de 1868. No hay manera de ubicar ningún tipo de actividad sediciosa antes de estos dos sucesos bien definidos pues hasta ocurridos los mismos el Paraguay venía sosteniendo hasta con éxito una larga campaña de resistencia contra los aliados que concedía a la población la sensación de seguridad que se rompe recién a partir de los últimos días de febrero de 1868. Antes de esta fecha, pues, no hay un “leit motiv” para la conspiración que no sean los celos entre los hermanos desde 1862 cuando muere el padre Carlos A. López y Francisco Solano lo sucede.

Un segundo momento es el correspondiente al apresamiento de todos los denunciados seguido de su procesamiento consistente en la toma de declaraciones efectuadas en su inmensa mayoría bajo la aplicación de torturas y apremios físicos que no hizo otra cosa que aumentar cada día más el número de implicados hasta llegar a personas que era evidente que no se hallaban en medio de conspiración alguna pero que cumplían el requisito que se pudo verificar con posterioridad, el poseer una pequeña o gran fortuna que le fue arrebatada en cumplimiento de la ley colonial española vigente en ese momento, la de las “7 Partidas”, arguyéndose que habían saqueado el Tesoro Nacional en connivencia con empleados públicos corruptos.

El tercer momento lo constituye la serie de ejecuciones llevadas a cabo en su mayoría sin sentencia pues ante la imposibilidad de obtener pruebas mas concretas de una participación en el complot sea como cómplice de ella o del faltante de fondos en el Tersoro Público como se intentó demostrar, se pasó a aplicar la pena capital sobre la simple delación de un tercero o de la negativa del reo a aceptar su culpabilidad.  Estas ejecuciones se dan desde junio de 1868 hasta el 26 de agosto en San Fernando y hasta el 21 de diciembre del mismo año en las Lomas Valentinas (hoy localidad de Nueva Italia) cuando son fusilados los “notables” Benigno López, José Berges, Vicente Barrios, el obispo Palacios y otros.

Arturo Bray, la mejor pluma militar que tuvo el Paraguay definió el asunto muy adecuadamente:

“La tan mentada conspiración no pudo haber pasado de una revolución de palacio, gestada en la propia familia de Solano López, que ante la llegada de los barcos de guerra brasileños a Asunción, creyó perdida la guerra, y lo que era peor, pensó que sus intereses estaban en peligro” (Sic)[5]

Descontándose entre 500 y 600 fusilados por causas entendidas en el ámbito castrenses, sea por deserción o desobediencia penados por las ordenanzas militares coloniales, unos 300 civiles fueron ejecutados sin saberse más que las declaraciones de no más de media docena de ellos, los muy connotados, lo que hace suponer que estas muertes fueron sumarias.


[1] Padre Fidel Maiz, “Etapas de mi vida” – Los Procesos de San Fernando, A. Gonzalez Delvalle, El Lector, p.53)

[2] Resquin, Francisco I., Datos Históricos de la guerra del Paraguay con la Triple Alianza, Buenos Aires, 1896  p. 99

[3] Aveiro, Silvestre, Memorias Militares, 1970.

[4] Idem.

[5] Bray, Arturo, Solano López, Soldado de la gloria y el infortunio, Biblioteca Virtual del Paraguay, p. 276

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