2. La cabeza del proceso.

La cabeza del proceso.

El 19 de Febrero de 1868, con Solano López encerrado por los aliados en su Cuartel general de Paso Pucú en Humaitá y cuando la escuadra naval brasileña forzó el paso de esa fortaleza, el Tesorero de la Nación Saturnino Bedoya, presente temporalmente en el lugar desde fines de 1867, comentó ingenuamente en presencia de los Generales Barrios y Bruguez y del Obispo Palacios:

¿Que estarán haciendo los de Asunción?, ¿Quién sabe si creyendo que nos hayan tomado los negros (brasileños) no se les antojará poner un nuevo gobierno, a quien tendremos que ir a sacarlo de la oreja (Sic)[1].

Bedoya, sin quererlo, desató con su comentario la más atroz matanza de paraguayos dispuesta por un presidente constitucional del Paraguay pues “uno de los circunstantes se tomó el encargo de poner en conocimiento de López la referencia inocente de Saturnino Bedoya y de ahí data la cuestión de la “gran conspiración” fraguada en Asunción”[2]. El “circunstante” fue el obispo Palacios.

El 22 de febrero los acorazados brasileños llegan a Asunción y provocan la sensación que todo estaría perdido, incluso el propio Mariscal a quien dieron por posiblemente muerto o prisionero por falta de comunicación telegráfica cortada con la toma de Tajy. Venancio López, hermano menor del Mariscal, convocó a una reunión por medio del Vicepresidente Sánchez y allí se tocaron varios temas que versaron sobre la defensa de Asunción y sobre la manera de actuar ante los aliados habida cuenta que el Paraguay podría estar sin presidente. Asistieron Benigno López (foto), hermano menor del Mariscal, Francisco Fernández, el Deán Bogado y Gumercindo Benítez.

En abril, una vez fugado de Humaitá en hábil e inesperada maniobra por el Chaco, Solano López emplazó a su hermano Benigno a presentarse ante él y, más tarde enterado de otros datos, manda remacharle una barra de grillo. López comunica a su Estado Mayor el descubrimiento de una conspiración, el Gral. Resquin propone aplicar torturas a los conspiradores y el obispo propone fusilamientos a lo que López se opone al principio. Se constituyen seis juzgados, los dos primeros para los responsables más importantes y los otros cuatro para sus cómplices. Los inspectores generales fueron los mayores Silvestre Aveiro y Serrano[3]. Centurión remata todo esto:

De esta manera resultaba que el que verdaderamente procesaba era el mismo Mariscal que se manifestó inconsecuente con la contestación que hipócritamente diera al General Resquín en la reunión arriba referida (Sic)

La supuesta “gran conspiración” tuvo varios ingredientes que la consolidaron en el pensamiento de Solano López pues además de las reuniones que se realizaron en Asunción entre las autoridades allí residentes para determinar el curso de acción en caso de aparición de los buques brasileños saltó al tapete el hecho que el Tesoro Nacional estaba vacío para finales de 1867 o principio de 1868 y que los responsables serían –además de dichas autoridades y los extranjeros que pretendían pagar a los aliados con esos fondos para el derrocamiento de López- los empleados que custodiaban los mismos. Al respecto, el prusiano Mayor Von Versen, enviado como observador de guerra por el gobierno prusiano y privado de su libertad por más de un año durante su estancia en el Paraguay publicó:

una conjuración con grandes ramificaciones en el país, es una cosa imposible y es absurdo hablar de robo del Tesoro Nacional, el cual tesoro estaba en poder exclusivo de López (Sic)[4].

Así pues, el proceso tiene dos vertientes, una es la traición al supremo gobierno y otra el desfalco del tesoro nacional, pero Solano López los engloba en una misma causa y es así como se explica que los comerciantes extranjeros que nada tendrían que ver con la primera serían así incluidos en la segunda. El caso típico son los hermanos españoles Uribe todos torturados y fusilados sin que hayan reconocido ningún delito cometido por su parte o los varones de la familia Duprat-Laserre, almaceneros franceses, fusilados apenas días después de ser detenidos.

El inventario del Tesoro Nacional.

El ministro americano en Asunción Charles Washburn en nota al ministro inglés en Buenos Aires Stuart decía:

La única explicación que puedo dar en cuanto al robo del tesoro, es la siguiente: desde que López entró al poder, nunca ha tenido un tenedor de libros competente en su administración, y es probable que no ha sabido hasta muy recientemente el dinero que le dejaron sus antecesores. Desde ese momento ha ido gastando en grande escala, y probablemente ninguna cuenta exacta ha guardado jamás de lo que se ha pagado por su orden (Sic)[5].

Es natural que el Tesoro Nacional se haya vaciado después de más de tres años de guerra con un gobierno nacional sin ingresos de moneda fuerte por el bloqueo aliado y con ingentes gastos de mantenimiento de un Ejército y una estructura administrativa estatal, entre ellos los técnicos ingleses empleados por el Gobierno que cobraban sus sueldos en moneda metálica y el mismo fabuloso salario de Francisco Solano López de 60.000 pesos anuales, el de los jefes y oficiales del ejército y el de las autoridades civiles del interior del país. A partir de 1868 los técnicos extranjeros ya no cobraron sus sueldos.

Washburn no dejó de tener razón ya que en abril de ese aciago año de 1868 se observa un acta de existencia en la Estación del Ferrocarril de billetes (papel moneda) de reciente emisión por la Imprenta Nacional antes de ser entregados al Tesoro Nacional y se dejó constancia de la existencia de 161.286 billetes nuevos de cuatro denominaciones por un valor total de 645.024 pesos que pasaron luego a reforzar las arcas del Tesoro Público. Firman el acta, en Luque la nueva capital, los señores Abdón Molina, Interventor de 1a., Benjamín Urbieta, interventor de 1a., Sebastian Ibarra, oficial de segunda, Manuel Colunga y Casimiro Aquino. En las memorias de José Falcón puede verse que los tres primeros firmantes del acta -Molina, Urbieta e Ibarra- fueron fusilados mas tarde por orden de Francisco Solano López. Además de los citados fueron fusilados “dos escribientes mas de la Tesorería” (sic), el impresor Julián Aquino y cuatro operarios de la Imprenta Nacional (Whigham y Scavone, 138).

Archivo Nacional de Asunción – AHRP 4669 – 1-23

En la misma carpeta AHRP 4669 del Archivo Nacional de Asunción puede verse un inventario del dinero en metálico (oro, plata y cobre) y papel moneda de la Tesorería General que aunque no está fechado todo indicaría que sería de los primeros meses del año 1868 y que por la casi inexistente cantidad de dinero en metálico, único con valor de cambio en el extranjero a esa altura de la guerra, esto habría sido el detonante de la acusación de Francisco Solano López de que alguien se quedó con los dineros del Estado.

En dicho inventario se observa el listado de 31 cajas y 17 petacones conteniendo billetes en papel moneda por la suma de 2.065.190 pesos (96% del total inventariado) y moneda en metálico (oro, plata y cobre) por el equivalente a tan sólo 87.623 pesos (4% del total inventariado). Por separado se observa que allí estaban depositadas joyas de la donación de las mujeres del año anterior valoradas en unas 400 onzas de oro, unas 100 monedas de oro de distinta denominación y valores metálicos de sucesiones no concluidas. También este inventario es prueba de que para este momento de la guerra, y tres años después de iniciada, el Gobierno Nacional venía financiando localmente la misma con emisión de papel moneda y sin ningún tipo de respaldo de su valor. El Tesoro Nacional, pues, estaba agotado por no decir que vaciado.

En la misma carpeta del A.N.A. se aprecia la imagen del sobre que -al parecer- contenía ambos documentos, por un lado el acta de existencia de billetes nuevos antes de ingresar al Tesoro Nacional y -por el otro- el inventario recién observado. El sobre remitido por el encargado de la Tesorería General va dirigido al Ministro de Guerra y Marina que en ese entonces era el Gral. Vicente Barrios, cuñado del Mariscal López, que se hallaba con éste en plena retirada desde Paso Pucú a San Fernando y de esta manera el Mariscal-Presidente tomó conocimiento de la realidad de su Tesorería. Faltaban pocos meses para que Barrios también sea acusado de traición y finalmente fusilado en Itá Ybaté el 21 de diciembre de ese año, después de intentar suicidarse.

De esta manera casi todas las personas comprendidas en el manejo del Tesoro Nacional más los italianos, españoles, franceses y alemanes acusados de ser los que se quedaron finalmente con ese dinero pero cuyas riquezas en moneda fuerte le fueron confiscadas, fueron fusilados entre Junio y diciembre de 1868.

Pero en definitiva el caso central de la eventual conspiración tiene –como cabeza de proceso- el hecho que al no saberse en Asunción la suerte que había corrido el Mariscal-Presidente y el Ejército Paraguayo, afloró la necesidad de buscar la solución al eventual problema de resolver con los aliados el final de la guerra y para el efecto se sabe, por declaración de los mismos afectados, que Benigno López consultó con dos de los más importantes diplomáticos que residían en la capital en ese momento y de ello da fe el propio cónsul francés en Asunción Paul Cuverville en nota a su cancillería del 20 de diciembre de 1867, respecto de la actitud de las autoridades en Asunción corroborado el cerco aliado logrado con la caída de Tajy y que cortó las comunicaciones terrestres con Asunción, afirmando:

Se han habituado incluso a la idea de un cambio en la presidencia, yo fui sondeado al respecto así como el ministro de los Estados Unidos (Washburn) por parte de Benigno López, hermano del Mariscal, sobre las intenciones del gobierno del Emperador (de Francia) en el caso en que los aliados entren a Asunción….Aqui, en el caso en que el Presidente López sea obligado a deponer el poder, se cree en la posibilidad de tres candidaturas…..[6] (Sic)

Cuverville habla de una idea y no de un complot secreto en marcha, no pone a Washburn de eventual cabecilla exclusivo de un complot en marcha como sostiene la falacia lopista, lo pone como diplomático también consultado por quien hace las averiguaciones de las opiniones de los diplomáticos sobre la eventualidad que se cumpla lo que cuatro meses antes –con la mediación del inglés Gould en agosto de 1867- el propio López ofreció, esto es, abandonar el poder y marcharse del país.

Lo que cuenta el cónsul francés Paul de Cuverville a su cancillería en nada difiere con lo que luego el propio Benigno López –al inicio de su proceso- responde honestamente a su hermano Francisco Solano cuando se le preguntó lo que hacían en Asunción en el momento en que los buques brasileños llegaron a la bahía:

Señor, como no hemos tenido más noticias de Ud. o del ejército desde que Humaitá quedó sitiado por el enemigo, habíamos creído llegado el momento de pensar y tomar alguna resolución tendiente a salvar nuestras personas y nuestros intereses[7] (Sic).

No hay pues, en este momento, nada que suponga intenciones de derrocamiento toda vez que las reuniones se hicieron bajo el supuesto de que Solano López ya no detente su condición de presidente del Paraguay por muerte o captura y no podemos plantearnos un complot secreto contactando con diplomáticos extranjero si esa consulta terminaría en las cancillerías de sus respectivos países para que lo sepan sus gobiernos como es de rigor. De las varias y detalladas versiones de la falacia lopista sobre la conspiración ninguna señala taxativamente o hace referencia expresa a este hecho crucial para entender hasta donde realmente llega esa eventual conspiración, esto es, que un cambio de gobierno se planteaba con nombre de candidatos y la manera de llegar a acuerdo con los aliados siempre sobre la base de que el Presidente López sea depuesto del poder.

La investigación de la eventual conspiración habría estado en un estado larvario hasta que el grueso del Ejército Nacional llegó a San Fernando en mayo de 1866 y allí sucede lo que se considera la génesis de los procesos y lo cuenta –una vez más- Juan Crisóstomo Centurión respecto del descubrimiento que hace el Mayor Serrano (foto) de las visitas que a Benigno López le hacía el “trompa” (corneta) del batallón de la escolta nacional “cuyo nombre no me acuerdo” (Sic). El “trompa” confesó bajo amenaza de apremios físicos que se había urdido un plan para matar a Solano López entre Benigno, su hermano, y el Mayor Fernández para luego huir en dirección al enemigo. Centurión remata:

Ignoro que fondo de verdad tendrá esta versión que hacía correr el Mariscal y otros de su intimidad sobre este proyecto de asesinato; pero lo que hay de cierto es que una de las personas llevadas presas de la capital con motivo de la denominada conspiración, por ese mismo tiempo confesó espontáneamente comprometiendo a más de doscientos entre ellos los nombres más conspicuos de la Asunción con muy raras excepciones y a muchos otros de la campaña, sobre todo los que ejercían el cargo de juez y jefe de las milicias urbanas[8] (sic).

Centurión parece hablar en clave pues –sin dar crédito a la versión- al adjudicarle a Solano López y su entorno el estar ventilando en público un dato importante dentro de una investigación que se supone debía hacerse con el sigilo de rigor, ello supondría que la versión fue interesadamente instalada para luego iniciar un número inusitado de detenciones que, incluso, tiene un denunciante que Centurión no logra identificar (Silvestre Aveiro la identifica como Ramona Egusquiza de Decoud). Y aquí deberíamos decir que para el plan de asesinato de López delatado por el “trompa” no sería preciso contar con 200 complotados, con dos o tres bastaban.

Por su lado, Silvestre Aveiro (foto), otro protagonista de primera línea, coincide con Centurión en lo referente a las reuniones en Asunción a la que califica como base de la revolución pues contaba con un batallón de jóvenes y de ancianos, incluso dando más detalles sobre el plan de asesinato de Solano López y que el asesino sería el propio “trompa” que cita Centurión, sin embargo ni éste ni Aveiro citan el nombre como tampoco dan razón de la suerte final del eventual asesino que –según Aveiro- debería hacer su trabajo en caso que el levantamiento en Asunción fracasara por falta de cumplimiento de la palabra del Marqués de Caxías de ubicar 10 mil hombres sobre el Tebicuary. Según el propio Aveiro –y contradiciendo a Centurión- el “trompa” declaró sin ser sometido a torturas que sería el asesino, pero extrañamente no se habla de su ejecución ante tamaña confesión y así el anónimo “trompa” desaparece de la historia de la trama conspiratoria. Lo paradójico es que Aveiro, casi al final de su capítulo de la conspiración establece que el asesino de López debía ser el italiano Pozzoli[9] lo que deja a la versión del “trompa” asesino en el lugar que Centurión insinúa y poner a esta “cabeza de proceso” en un callejón sin salida.

En “El Mariscal Solano López”, la obra cumbre de la reivindicación del Mariscal, Juan E. O’Leary abordó el tema de la conspiración fiel a su estilo más lírico que narrativo, mas con la mente en las nubes que con los pies en la tierra, pero los hechos  sobre la “supuesta conspiración” (Sic) le fueron relatados en carta de 1906 por el Padre Fidel Maíz:

Y le digo esto, amigo mío, esperando que Usted con su exquisito criterio y fecundo fondo histórico, sabrá discernir lo que sea o no aceptable en estas versiones, recogidas sobre la fe, esto es, en la penumbra de esa vaguedad impersonal que viene flotando como leyenda entre nosotros (Sic)[10].

El desinterés de O’Leary por enfrentar analíticamente tan espinoso asunto es patente cuando afirma:

No entraremos en todos los detalles de la famosa conspiración […] Sólo diremos que, después que la escuadra imperial forzó el paso de Humaitá, lo dieron por perdido en Asunción[11].

No falta en la versión de O’Leary la exacta transcripción de las mismas acusaciones que se cursaron en el intercambio de correspondencia entre la cancillería paraguaya (Gumersindo Benítez y Luis Caminos) con el embajador Charles A. Washburn, acusando O’Leary al último de “Alma del movimiento” y a Benigno López “jefe conspirador”.


[1] El Mariscal Solano López, Publicación de la Junta Patriótica, 1926 – p. 76, Relación realizada por M. Palacios e Ignacio Ibarra, este último oficial que acompañó a Solano López hasta el Aquidaban-Niguí el 1° de marzo de 1870.

[2] Id. Ib.

[3] Centurión, Juan Crisóstomo, …. P. 168.

[4] Von Versen, Max, Reise in Amerika und der Sudamerikanische Krieg “, Breslau, 1872p. 170.

[5] El Mariscal…., p. 412.

[6] Capdevila, Luc, Una Guerra Total –  Paraguay 1864-1870” – 2010 – p. 433

[7] Centurión,

[8] Centurión, p. 166

[9] Aveiro, Silvestre – Memorias Militares.

[10] El Mariscal Francisco Solano López, Publicación de la Junta Patriótica, 1926 ….p. 184

[11] O’Leary, Juan E., El Mariscal Solano López, 1970, p. 219

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