Hablar de San Fernando es hablar del fusilamiento de Juliana Insfrán de Martínez, quizás el caso más infame de este vergonzoso capítulo. El autor y protagonista de la guerra, Coronel Juan Crisóstomo Centurión nos dice que el esposo de Juliana, el coronel Francisco Martínez, último defensor de Humaitá, fue denunciado por un oficial de baja graduación ante Francisco Solano López por no haber llevado a cabo la evacuación de esa fortaleza con celeridad. El relato de Juan Crisóstomo Centurión nos dice claramente que la facilidad que tuvieron desde Francisco Solano López hasta el último soldado de Resquín que usaron el camino del Chaco para eludir el cerco aliado en marzo de 1868 no la tuvo Martínez que abandonando Humaitá y pasando al Chaco –en julio de ese año- fue rodeado por los aliados en Isla Poí, en la orilla derecha del rio Paraguay.
Martínez –en Isla Poí- se encuentra con una realidad distinta a la existente cuando el grueso del ejército paraguayo abandonó Humaitá 82 días antes que Martínez intentara pasar bajo una lluvia de balas aliadas. Estos cambios de situaciones nunca fueron tomados en cuenta por López. y así concluimos que la guerra estaba siempre por delante del Mariscal y sus decisiones. La decisión de Martínez de realizar el cruce de la laguna Yverá en horario nocturno para aprovechar las sombras de la noche y no brindar un blanco fácil a los aliados pudo haber motivado a su ayudante –el delator- a denunciar que éste se tomaba el horario diurno como descanso perdiendo ese precioso tiempo.
Ese infame informe sacó a López de sus casillas y le impidió recordar lo que le dijo el entonces capitán Patricio Escobar, que Martínez tenía enormes dificultades para pasar por el Chaco, pero el Mariscal no perdió tiempo y pasó a acusarlo de traidor, sin considerar estas realidades. Al saberse que Martínez se entregó a los aliados sin ofrecer su vida a la Patria, Solano López dispuso que su esposa Juliana Insfran sea detenida.
Juliana Insfran (foto) fue llamada a San Fernando. Una versión habla de que fue incriminada en la conspiración contra López, algo absurdo si consideramos la heroica defensa que hizo el coronel Martínez en Isla Poí en cumplimiento de su deber como soldado de López y sobre todo porque en momentos en que la conspiración habría sido conformada en sus orígenes la esposa de Martínez estaba en Patiño sobre el lago Ypacarai con Madame Lynch haciendo de dama de compañía desde hacía un buen tiempo y eso gracias a su condición de prima del Mariscal por el lado del padre de éste.
Otra versión dice que Juliana Insfran se negó a hacer público (por El Semanario) su condena a su marido por traicionar a la Patria, y rendirse ante los aliados desmereciendo a su familia, una obligada práctica que era muy común para aquellos que pasaban por esa circunstancia, aun hoy podemos ver en el Archivo Nacional ejemplares de El Semanario con este tipo de aviso. Entre estas versiones, está la de Angel Peña, secretario del General Bernardino Caballero en la pos guerra:
Es otra heroína. Esposa del coronel Martínez, prisionero en el Chaco, fue atormentada, por todos los secuaces de López, para que declarara en contra de su marido. Prefirió morir, prefirió el tormento y murió[1].
El de Juliana Insfran fue un caso que terminó demostrando la realidad de San Fernando.
Ante la negativa de renegar públicamente de su marido fue procesada por conspiradora inicialmente en el Juzgado a cargo del archivista José Falcón (4to. Juzgado) quien no logró arrancar de la mujer confesión alguna. Ante esto se le encomienda el asunto al Juzgado del Cap. Matías Goiburú (5to. Juzgado) quien le aplicó las primeras torturas aunque Goiburú -en sus declaraciones de pos guerra- dice que sólo fingió torturarla y así y ante la falta de éxito en la declaración de la señora Insfran de Martínez, las torturas fueron encomendadas a Silvestre Carmona (6to. Juzgado) quien durante dos días seguidos aplicó los más severos tormentos conocidos hasta que la mujer, desfalleciente, confesó su eventual participación. Carmona fue ascendido a Sargento Mayor[2]. Juliana fue fusilada el 27 de diciembre de 1868 en Itá Ybate horas antes que Solano López abandonara los restos de su ejército y se refugiara en Cerro León. Francisco Wisner de Morgenstern, Matías Goiburú y José Falcón, en la pos guerra, confirmaron su fusilamiento.
El Coronel Martínez (foto), más tarde y en evidente decisión personal, una vez enterado de la suerte de su mujer se pasó a las filas aliadas para llevarle personalmente la guerra a López y no olvidemos que la única condición que Martínez exigió a los aliados fue la de no obligar a los paraguayos rendidos en Isla Poí a pelear contra su patria. Estamos así ante un caso de “vendetta” personal, algo que muchos paraguayos intentaron sin suerte en esta guerra.
Cuando abandona Humaitá, Solano López llega a San Fernando cinco meses y dos días antes que el coronel Martínez se entregue a los aliados después de ver morir a 800 de sus hombres entre el cruce de la laguna Yverá y la defensa del montículo de Isla Poí. Fueron cinco meses en los que Solano López pudo fortificar San Fernando -aprovechando la retención que Martínez hizo de los aliados en Humaitá- pero en lugar de hacer eso o buscar otro más adecuado (Thompson le había dicho desde el principio que San Fernando no era defendible) se pasó todo ese tiempo atendiendo a la conspiración en su contra y disponiendo torturas a los incriminados y por única acción bélica para reabrir el acceso a Humaitá por el río ordenó aquella fracasada acción de abordar –a la antigua usanza- los dos vapores brasileños que costó la vida de unos 400 paraguayos. A finales de agosto, López levantó campamento y se dirigió al Pikysyry y los reos sobrevivientes -Juliana Insfran entre ellos- caminaron detrás de él por seis días.
[1] Brezzo, Liliana (ed.), La Guerra del Paraguay en primera persona, Ed. Tiempos de Historia, 2015, p. 44
[2] Gobierno Argentino, Papeles del Tirano del Paraguay, 1869, Imprenta “Buenos Aires”, Buenos Aires, p. 122