El día 5 de agosto de 2022, en una audiencia pública del Parlasur llevada a cabo en la ciudad de Caacupé dentro de la investigación de los crímenes de guerra cometidos por los aliados en la Guerra Guasú, el Sr. Don Miguel Romero, historiador de Piribebuy y ataviado de colorido poncho de 60 listas, presentó el caso del incendio del hospital de heridos y enfermos de esa localidad y la decapitación del comandante Pedro Pablo Caballero atado a unos cañones. Como quiera que la versión presentada es la misma leída y escuchada hace unos cien años hemos buscado el origen de la misma para poder establecer su autor.
En efecto, la versión de una quema del hospital ordenada por el propio Gastón de Orleans, Conde de D’Eu y la muerte de Caballero fue presentada a la sociedad paraguaya en el siglo 20 por el mismísimo reivindicador de la figura de Francisco Solano López, el escritor y poeta Juan Emiliano O’leary quien en sus dos obras más importantes se refiere al asunto como veremos a continuación. Si bien existirían referencias al incendio previas a las publicaciones de O’Leary no parece sin embargo que se lo atribuyan a órdenes del conde.
La primera mención al caso.
En 1902, O´Leary inicia una serie de publicaciones en el diario LA PATRIA de Asunción, consistentes en artículos históricos que fueron objeto de una fuerte polémica con el Dr. Cecilio Báez, su propio maestro. El décimo artículo titulado “Piribebuy” y fechado 12 de agosto de 1902 bajo el seudónimo de “Pompeyo González”, contiene la primera mención al caso:
El valiente jefe paraguayo (Pedro Pablo Caballero) no se rindió. Después de haber sido azotado horriblemente, fue degollado en aquella posición..
Dijimos al empezar que en el Hospital de Sangre se curaban ochocientos enfermos paraguayos. Pues bien, concluida la matanza, los aliados mandaron cerrar las puertas y las ventanas del hospital incendiándolo en seguida. Los ochocientos enfermos perecieron quemados. Se dice que los legionarios fueron los encargados del incendio [1].
En 1902, “Pompeyo” O’Leary no se preocupó en contarles mínimamente a sus lectores sobre el hospital en si para determinar su capacidad de recibir a ochocientos enfermos y heridos, sólo habló de puertas y ventanas cerradas en este artículo donde ya se da la muerte por incineración de ochocientos paraguayos metidos en aquel hospital.
El origen de parte de esta versión se encuentra en una carta que el segundo comandante de Piribebuy y jefe de plaza sobreviviente el Capitán Manuel Solalinde envió a O’Leay, cinco meses antes, el 12 de marzo y que en su parte medular dice:
Los crímenes cometidos por orden del Conde de D’Eu fueron horribles, salvajes, bárbaros. El degüello fue general, no escaparon ni las mujeres, ni los ancianos, ni los niños de teta encontrados con sus madres en las trincheras. Sólo salvamos los que caímos en poder del General Mallet, hombre humanitario, que nos garantió formalmente la vida, teniendo una agarrada con el conde para librarnos del sacrificio[2]
Solalinde dice luego:
Yo he visto cuadros espantosos y he oído la relación de otros como la muerte cruel de nuestro jefe, el comandante Caballero, martirizado en presencia de su esposa y después degollado por no querer decir que se rendía. Pero el incendio del Hospital de sangre es lo más salvaje que pueda darse. Los pobres enfermos murieron achicharrados sin poder salvarse. Y todo esto porque había caído en el asalto el general Mena Barreto (Sic)[3]
Aquí ya podemos advertir que la pluma de O’Leary salió a volar. Entre la carta de Solalinde de marzo de 1902 y el artículo de agosto del mismo año hay diferencias sustanciales pues O’Leary le cuenta a su lector lo que Solalinde no dijo en su carta y es lo relativo a las puertas cerradas y al número de ochocientos enfermos muertos “achicharrados”. Por otro lado, si bien Solalinde responsabiliza a D’Eu, “Pompeyo” O’Leary prefiere no citar al conde y atribuir la orden de manera genérica a “los aliados” aunque cae de maduro que el superior de mayor jerarquía allí era D’Eu. En lo único que “Pompeyo” O’Leary sigue el relato de Solalinde es en lo referido al degüello de Caballero, aunque deja claro que no fue testigo presencial de esa ejecución.
Los ochocientos quemados
Llama la atención que O’Leary, como “Pompeyo González”, cite una cifra de internados en el hospital y quemados en consecuencia ya que su mejor testigo -Solalinde- nada dice al respecto pero podemos suponer que la cifra guardaría alguna relación con una cantidad no igual pero aproximada.
En efecto, el cronista del Ejército Imperial Vizconde de Taunay describe el lamentable estado en que las tropas brasileñas hallaron el poblado de Caacupé el día 15 de agosto y termina relatando::
Además, existía un inmundo depósito de heridos y enfermos, llamado hospital, dentro del cual unos 600 infelices respiraban el aire infectado por la putrefacción de 30 cadáveres insepultos. (Sic) (Diario do Exército, Vizconde de Taunay , a Campanha da Cordilheira, p. 193)
O’Leary cita varias veces a Taunay en sus obras por lo que no se puede dudar de que conocía esta descripción del brasileño y la cantidad de heridos que se hallaban en el hospital de Caacupé y bien pudo basarse en la dicha descripción para aplicarla interesadamente a Piribebuy en 1902 como “Pompeyo González”. De todos modos, la cifra de seiscientos heridos en un hospital de Caacupe quedó como base de la versión popular que sostiene hasta hoy que ese es el número de quemados en Piribebuy y así es como el mito nació y creció y que se resiste a desaparecer.
Es de notar que es recién en 1922 y en su LIBRO DE LOS HEROES que O’Leary confiesa -20 años después- que su primer y único testigo del caso fue Manuel Solalinde y trascribe el texto completo de aquella carta del 12 de marzo de 1902. Pero puestos a analizar el texto literal de la misma, Solalinde confiesa no haber sido testigo directo de que la orden haya sido dada por D’Eu, dice que sólo ha “oído la relación de otros” (Sic), lo que es cierto habida cuenta que estaría en otro lugar protegido por Mallet y sin ver lo que ocurre con Caballero que está –según varios historiadores- frente a D’Eu, lo que ubica la cuestión en una fuente insegura y desconocida.
La ubicación física de Solalinde en el escenario de la lucha es crucial para determinar si fue testigo presencial de las órdenes de D’Eu o sólo siguió el relato de terceros. Los distintos croquis de la batalla dan por ubicada la zona del Gral. Mallet algo alejada del centro del pueblo donde el conde D’Eu habría dado la orden y como quiera que en la pos guerra O’Leary entrevistó en persona a Solalinde y escuchó de él su relato, el escritor mismo aporta la prueba que Solalinde nunca estuvo frente a D’Eu. O’Leary escribe:
El jefe de la artillería (brasileña Gral. Mallet) salvó a Solalinde, verdadero causante de la muerte de Menna Barreto, negándose a entregarlo al ayudante del conde D’Eu, don Eleuterio Correa, que venía a llevarlo al sacrificio” (Sic) (Recuerdos de Gloria, 68)
De esta manera, entonces, se demuestra que Manuel Solalinde nunca estuvo frente a D’Eu para presenciar personalmente aquella orden y dar testimonio de ella, de alli que debemos poner en entredicho su versión de un D’Eu ordenando aquellos crímenes que le acusa.
O’Leary se juega por la acusación a D’Eu.
En 1922 O’Leary publica su obra cumbre EL LIBRO DE LOS HEROES y en uno de sus capítulos titulado El príncipe rojo, el escritor se lanza con todo contra D’Eu y lo inculpa directamente como autor de la orden de quemar el hospital a pesar que el segundo testigo que presenta, el padre Fidel Maiz, no lo inculpa en absoluto.
El 9 de octubre de 1907, O’Leary escribe una carta al Padre Fidel Maiz diciendo:
¿Tiene usted noticia de aquel nefando acto de refinada barbarie?. Yo quisiera una carta suya al respecto, para agregar a las piezas justificativas que acompañarán el libro que publicaré un día sobre nuestra epopeya. Hasta ahora sólo tengo la declaración de Don Manuel Solalinde, testigos de aquellos horrores. Espero sus noticias (Sic)[4]
El libro de O’Leary tardó 15 años en publicarse y en él su autor trascribe la carta de respuesta del sacerdote, fechada en Arroyos y Esteros el 15 de octubre de 1907, y en la que Maiz confiesa haber recibido el relato de una venerable matrona de Piribebuy, la Sra. Meque, testigo y protagonista de los sucesos de Piribebuy y que había enterrado a uno de los hermanos del Padre Maiz, también sacerdote. En la carta de Maiz se lee:
El incendio, por último, del Hospital de sangre: y que para este acto verdaderamente nefando y de “refinada barbarie”, como usted dice, se cerraron las puertas y ventanas del edificio, con todos los enfermos dentro, y le prendieron fuego…. (Sic)[5]
Si bien la mujer y el sacerdote no inculpan a D’Eu, vemos que lo que “Pompeyo” O’Leary creó de la nada, lo de las puertas y ventanas cerradas que Solalinde nunca dijo, lo dice ahora el Padre Maiz, cinco años después que se publicara en La Patria en aquella célebre polémica con el Dr. Cecilio Báez y cuyo eco llegó hasta los confines del Paraguay, incluido Piribebuy donde residía la matrona. Esta cronología indicaría que O’Leary se preocupó en obtener un testigo en 1907 de su versión como Pompeyo González de 1902 pero el testigo –el padre Maiz- le falló pues no inculpó al conde, sólo repitió lo de las puertas y ventanas cerradas.
Siguiendo su escrito, O’Leary hace una referencia a una posible inclinación del conde a la homosexualidad:
El joven príncipe, de femenina hermosura, de cabellos de oro y suaves ojos azules, no tiene de hombre sino la figura (Sic)[6]
La frase sirvió para que la usina de rumores convierta más tarde al conde en homosexual, saliendo del límite que se auto impuso el escritor al escribirla sin una calificación directa. De hecho, ninguno de los dos testigos de O’Leary, Solalinde y Maiz, hablan al respecto de la sexualidad de D’Eu.
En la parte medular de su libro, O’Leary, haciendo referencia a una conferencia que dictó sobre el asunto, escribe:
El príncipe Imperial, Gastón de Orleans, llamado también conde D’Eu, ha ordenado que se ponga fuego al hospital de sangre, para que mueran carbonizados los enfermos que son más de ciento, pagando así la muerte de Mena Barreto. Nada más!. Y las llamas crecen por momentos, y los quejidos de las víctimas regalan el oído del vencedor.
Si os acercais a mirar, veréis que en las puertas y ventanas hay centinelas que, a bayonetazos, rechazan a los que quieren escapar. Y veréis también, como los heridos se arrojan desesperados contra las paredes hirvientes, donde quedan pegados los pedazos de piel de sus manos(sic)[7]
Como podemos apreciar, el señor O’Leary escribe con tal redacción que se convierte en testigo visual calificado del episodio, aunque se sabe que habiendo escrito este libro 53 años después de lo ocurrido y sin haber nacido aún, la versión del incendio no pudo más que haberle llegado por “boca de ganso” (terceras personas) a la que le agregó condimentos propios.
En esta versión, la segunda que O’Leary escribe (incluyendo a Pompeyo González), sin embargo, ya no habla de puertas o ventanas cerradas y selladas para que los enfermos no escapen, ahora las mismas están abiertas y los elementos que impiden el escape por esas aberturas son las bayonetas y soldados aliados; ahora las paredes “hierven” lo que supone que el fuego es de abajo hacia arriba lo cual es un imposible en paredes de material cocido que se supone posee el “edificio” que hablaba el Padre Maíz y ahora los ochocientos “achicharrados” que dijo ocultándose en un seudónimo (“Pompeyo González”) ya sólo son “mas de ciento” (Sic) sin especificar cantidad exacta.
Otro libro en el camino.
“EL MARISCAL SOLANO LOPEZ”
Es el libro de reivindicación de la figura mariscal Francisco Solano López. Publicado en 1925, tres años después del anteriormente revisado y en esta ocasión O’Leary se refiere al caso del hospital de Piribebuy –escuetamente- en los siguientes términos:
El conde D’Eu se vengó de aquellas pérdidas mandando degollar al jefe de Piribebuy, comandante Pedro Pablo Caballero, y a casi todos los heridos. Y como si esto no le pareciera suficiente ordenó que el hospital fuera incendiado, muriendo carbonizados centenares de enfermos….(sic)[8]
En esta segunda obra vemos a un O’Leary que dejó de lado su condición de testigo visual como aparece en “El libro de los Héroes”, asumiendo el papel de narrador a la distancia pero invirtiendo el orden de los sucesos pues cuando en el primer libro la quema del hospital ocurre primero y decapitación de Caballero después, ahora, en el segundo, Caballero es degollado primero y solo después, y porque D’Eu no quedó satisfecho, éste manda quemar el hospital pero ya no hay orden de apuntar con las bayonetas a lo heridos que querían escapar. ¿Con cuál versión nos quedamos?
Y en cuanto a la cantidad de carbonizados tampoco en esta ocasión O’Leary llega a cuantificarlos con exactitud, no habla de los ochocientos que dice la versión de “Pompeyo González”, sólo se refiere a “muriendo carbonizados centenares de enfermos” (sic). ¿De dónde se obtuvo tal cantidad de ochocientos quemados en Piribebuy?. No hemos podido ubicar su origen.
Claramente, O’Leary creó a su conveniencia el número de muertos, aquellos “ochocientos” o “centenares” pues sus dos testigos, Solalinde y Maiz, nada dijeron al respecto. Para cuando O’Leary escribe “El Libro de los Héroe”, Solalinde y Maíz estaban muertos, mucho más lo estaba la Sra. Meque y no podían decir nada al respecto del número de muertos que, así, queda demostrado que es otra creación de O’Leary en su peculiar “constructo” sobre el incendio del Hospital de Piribebuy.
Fue de esta manera que O’Leary elaboró su muy personal versión de los hechos del hospital de Piribebuy en sus tres más importantes obras, la primera en aquellos artículos firmados por “Pompeyo González”, la segunda con “El Libro de los Héroes” de 1922 y la tercera “El Mariscal Solano López” de 1925. Al final O’leary hizo una especie de ensalada de versiones donde tomó algo de Solalinde, algo de la dupla Maiz-Meque, le añadió algunos ingredientes de su propia invención como lo de un Caballero atado y estirado por las extremidades a las ruedas de cañones y el número aproximado de quemados y salió a prensa con bombos y platillos. En una palabra, una obra maestra para competir con Homero, el de las tragedias griegas.
El estilo subjetivo y epopéyico de estas obras de O’Leary difiere enormemente del científico, riguroso y objetivo de los historiadores profesionales por lo que nuestro insigne escritor pudo darse el lujo de incluir elementos de juicio que difícilmente pueden ser probados de cara a la objetividad de su versión incluso es conocida su carta a Badoglio donde O’Leary reniega de escribir una historia objetiva (ver “Diario Intimo”, Brezzo, 2015).
O’Leary cita a las fuentes de su muy particular versión, pero les saca protagonismo –los Solalinde y Maiz. En su carta a Badoglio lo dice, “el escritor debe ser el protagonista principal de la historia que cuenta” (sic) y así vemos en el “Libro de los Héroes” que en su relato O’Leary es el que mira e invita a mirar a su lector “como los heridos se arrojan desesperados contra las paredes hirvientes, donde quedan pegados los pedazos de piel de sus manos”, algo que sus únicos testigos -Solalinde y Maiz- nunca dijeron en sus cartas, y en este texto se ha basado la versión popular para aumentar y hacer más doloroso aún este pasaje, haciendo cerrar y sellar las puertas y ventanas cuando que O’Leary –al final de toda su obra- ya no hablo ni de ellas ni de las bayonetas. El papel lo aguanta todo.
La metamorfosis de O’Leary, anti lopista a rabiar en el siglo 19 convertido en lopista fanático en el 20, de ser liberal declarado a pasar a ser colorado para luego renunciar a la ANR para obtener un cargo diplomático, se exhibe en todo su esplendor en la versión que escribió sobre el incendio del hospital de Piribebuy, un incendio que no se niega y que produjo muertes que tampoco se niegan pero que no tiene una prueba fáctica para considerarse la autoría voluntaria del caso como un hecho indiscutido, sobre todo habiendo versiones como la de Juan Crisóstomo Centurión e Hilario Amarilla, este último incluso protagonista en Piribebuy, que cuentan otra cosa distinta y contraria sobre este incendio.
Tampoco pueden ser tomados en firme los añadidos que la versión popular le endilgó más tarde a la versión de O’Leary después de publicadas estas dos obras. No se registran, antes de 1922, bibliografía que hable y demuestre “600 quemados” entre los muertos en el hospital de Piribebuy y estamos así ante lo que se da en llamar una leyenda popular que ya alcanzó ribetes de historia oficial cuando en 2022 vimos una Resolución Ministerial (Ministerio de Educación) sobre el título de las promociones de estudiantes egresados de este año y en cuyo considerando se habla de D’Eu y de su orden de cerrar las puertas a cal y canto cuando que este hecho tiene como todo respaldo un testimonio de una persona que no protagonista del suceso –Fidel Maiz- no corroborado por otros testigos, ni siquiera el del mismo protagonista, Manuel Solalinde.
Estamos en el siglo 21 y las obras del tipo de las de O’Leary con 100 años de vida no son consideradas hoy ni siquiera en los primeros cursos de la Licenciatura de Historia. Ya sólo forman parte de la cultura popular.
[1] Recuerdos de Gloria – Scavone Yegros-2010, Asunción – Servilibro, p. 68.
[2] El libro de los Héroes – Juan E. O’Leary – 1922, p. 476
[3] Id. Ib. p.476
[4] Id. pp. 476/7
[5] Id. pp. 477/8
[6] Id. p. 479
[7] Id. P.480
[8] El Mariscal Solano López, Juan E. O’Leary, 1970, 3ª. edición. P. 277
Dibujo de portada: Ever Cabrera Delvalle.
Más que interesante el análisis y desglose de la construcción del mito lopizta de parte de Juan E. O’leary. Es más que evidente su intencionalidad de encumbrar las figuras de la Guerra Grande para que sean el núcleo de un naciente nacionalismo paraguayo en albores del siglo XX. Sin embargo, con respecto a este análisis de lo sucedido en Piribebuy, y no habiendo relatos pormenorizados de parte de otros autores más calificados (que justamente habían dejado atrás las posiciones de Caacupé, Piribebuy, Acosta Ñu y no fueron testigos directos de lo ocurrido, considero que los relatos testimoniales de Solalinde, Padre F. Maíz, a solicitud de O’Leary corresponden a información manejada por paraguayos que en primera instancia deba considerarse falsa o equivocada. Aún cuando los detalles podrían variar, se habla de la ejecución de prisioneros paraguayos (entre las que destaca el degüello del comandante defensor de la ciudad) y la quema intencional del hospital. Aún cuando no exista prueba irrefutable documental autenticada de que fue Gastón de Orleans el último responsable, no podemos eximirle de esa responsabilidad. Por momentos pareciera que el autor de este artículo fungiera de abogado defensor de los aliados. No digo que lo sea, simplemente que da por momentos esa impresión. Y no por hacer esta observación automáticamente soy un lopizta, ni mucho menos patriotero fanático. Por lo demás. Estoy de acuerdo en gran parte con las conclusiones de los análisis que brinda este sitio web. Gracias.