Introducción

Nosotros, por el contrario, pensamos que la verdad histórica debe escribirse, caiga el que cayere, satisfaga o no a nuestro amor propio colectivo, convenga o no a la Nación. “Primum veritas, deinde patria” pudiera ser nuestra divisa[1].

Adolfo Aponte. 1919

[…] acallados los últimos disparos de la guerra que libró la Triple Alianza contra el Paraguay, se amontonó la ignominia, la calumnia y el ultraje contra nuestra Patria, porque fueron los vencedores los que escribieron la historia a su manera pero, en el fondo del alma popular siempre se mantuvo intacta la memoria del Héroe, descubriendo con certero instinto la intención secreta de una confabulación internacional, cuya trama está siendo esclarecida hasta lo más recóndito de un revisionismo histórico […] el General Bernardino Caballero […] recogió el legado inmortal del mariscal Francisco Solano López, de quien fue su amigo leal y valiente colaborador […] y que en la paz tuvo a su cargo la honrosa misión de fundar la gloriosa Asociación Nacional Republicana, [o] Partido Colorado, fuente inmarcesible del nacionalismo paraguayo (Sic)[2].

Alfredo Stroessner. 1970

Francisco Solano López

“El primer hombre del Paraguay”

Con esa frase, Juan E. O’Leary califica al segundo presidente constitucional del Paraguay en la que se considerada su obra cumbre[3] de reivindicación de la figura del que en Paraguay desata pasiones. Francisco Solano López, o es héroe o es villano.

Ni lo uno ni lo otro pues la persona, el presidente, el comandante militar tiene tantas luces como sombras producen aquellas y es solo repasando y analizando todos los hechos que señalaron su vida que se sabrá desvelar la verdad, pero fundamentalmente aquella que fue ocultada, maquillada, tergiversada, o disimulada por casi ciento cincuenta años y sobre la que nosotros en esta obra ofreceremos amplios detalles y los argumentos que sostenemos para sacar conclusiones.

El reivindicador

Es justamente su reivindicador quien se encargó de crear esa magnífica leyenda que terminó adornando la figura casi mítica de un paraguayo que para muchos de sus compatriotas es un semi-Dios, es el demiurgo que acrisola el alma paraguaya y encarna la auténtica paraguayidad.

López es —para O’leary (foto)— aquella figura que no admite discusión, que está exenta del pecado, liberada de la crítica y exonerada de la culpa y para ello el escritor creó un universo propio y exclusivo para un héroe máximo, blanqueado de toda puerilidad y santificado por la sangre de miles de paraguayos que –conforme la epopeya o’leriana-  la vertieron en aras de una grandiosa glorificación de la muerte inútil.

¿Podemos condenar a O’Leary de haber llenado irresponsablemente la mente del paraguayo de un relato que escapa a todo examen de la racionalidad y que jamás superará el obstáculo de la objetividad?

La respuesta es negativa pues el cantor de las glorias paraguayas jamás negó la particular y muy propia versión histórica de los hechos y reconoció haber escrito una historia subjetiva, una historia en la que pretendió ubicarse a sí mismo a la misma altura y escenario del personaje que reivindicaba. Lo confesaba en una carta al Mariscal Badoglio a quien pidió le redactara el prólogo para el libro que había escrito para reivindicar la figura del Gral. Bernardino Caballero[4] y como el italiano rechazó elegantemente tal pedido deslizando un exceso de O’Leary en la descripción del personaje y pidiendo que presentara la historia humana de Caballero, el escritor le respondió:

la historia objetiva no es posible, es pura hipocresía, la historia es y debe ser espejo animado de la vida, no cementerio de estatuas. Es resurrección, como dijo Michelet. En ella deben chocar de nuevo las pasiones que forman la trama de nuestra existencia. El historiador es, ante todo, un hombre, que se trasporta al pasado, que agita el mar muerto de lo que fue, que interviene en el drama fenecido, participando de las inquietudes de sus actores. No es un Dios que contempla su obra desde lo alto y la reproduce por imperio de su voluntad omnipotente. No. En él revive el pasado y él mismo es una simple prolongación del pasado. El historiador de una guerra es así, siempre, un combatiente, un actor más de la lucha, un último sobreviviente que habla por todos los que murieron. Desde Jenofonte hasta Thiers no se ha dado ni se dará el historiador imparcial, el historiador “sereno”, el que hago [debe decir “hace”] lo que se ha dado en llamar historia objetiva. El señor Mariscal lo sabe demasiado (sic)[5].

Fastidia bastante lo de Badoglio, no porque desnudó a O’Leary casi 90 años antes que lo hiciéramos los paraguayos sino porque tuvo que ser un extranjero quien agregue más pena a la que ya sentimos cuando O’Leary tomó a unos héroes creíbles, sencillos, humildes, lisos y llanos y de carne y hueso y los convirtió en súper estrellas, casi con capas voladoras, de hecho a Valois Rivarola le puso alas y a Caballero lo elevó a la categoría de un ser mitológico –un centauro- cuando que sabemos que este rubio ybycuiense escapó de cuanta emboscada le pusieron por el camino y en este caso deberíamos darle algo de razón a O’Leary pues sólo con cuatro patas y dos alas un hombre puede lograr las hazañas de eludir una y otra vez al enemigo por cinco años seguidos y vivir para contarlo.

O’Leary y su doctrina

Con el caso de Badoglio no tenemos al único personaje que pinta en cuerpo entero a nuestro cantor de las glorias paraguayas. En ocasión del traslado de lo que se entendía eran los restos de Solano López desde Cerro Corá al Panteón de los Héroes de Asunción y publicado el Decreto N° 66 (1936) del Gobierno del Coronel Rafael Franco por el que se nombraba a López “héroe sin ejemplar”, O’Leary –a la sazón embajador paraguayo en Europa y toda vez que al parecer fue ignorado en los actos oficiales- escribió:

Y ahí está el Mariscal López vindicado oficialmente, traído de Cerro Corá y colocado como perenne llama de patriotismo en el corazón de la capital de su patria. ¡Pigmeos, infusorios, enanos con alma de serpientes, no pueden comprenderme! Pero yo no necesito del reconocimiento de ellos. Me basta el de los extraños que me aclaman, y el de una generación anterior, más comprensiva y justa, que me ha hecho ya cumplida justicia en verdadera apoteosis. Quedan allí mi obra y mi doctrina. Sí, mi doctrina. Porque no he sido polemista solamente. He formulado una doctrina, que es la que da sus frutos y la única que hará la grandeza nacional. Esta es hora de anarquía, de dislocación espiritual, de subversión de valores. Vendrá la normalidad, el reajuste moral, pasará la locura actual, la ofuscación y el predominio de los malos instintos […]. ¡Y nadie me sacará lo que es mío! (Sic)[6].

El creador de una historia heroica paraguaya

La epopeya griega tiene su Iliada con su famosa Guerra de Troya, como la paraguaya tiene a su “Libro de los Héroes” con nuestra Guerra de la Triple Alianza y así los paraguayos podemos decir que tenemos nuestro propio Homero en Juan Emiliano O’Leary, el cantor de las gestas heroicas paraguayas.

O’Leary hizo que la catastrófica derrota de una guerra llevada por el Paraguay a los vecinos con mucho de soberbia y altanería y poco de preparación material termine siendo un triunfo moral sobre la barbarie aliada. Se lo atribuyen a Solano López… “El vencedor no es el que se queda con vida en el campo de batalla, sino el que muere por una causa bella” (sic).

Y en esto de mostrar un resultado por otro viene a cuento lo de los bolivianos que después de ser expulsados del Chaco sostienen que salieron victoriosos sólo porque se quedaron con los pozos petroleros y así para la Guerra de la Triple Alianza O’Leary nos muestra que a la larga y aunque perdimos la guerra los paraguayos nos quedamos con la gloria y para los victoriosos aliados quedó la ignominia. En esto los bolivianos nos ganan pues la gloria no produce beneficios económicos ni pesa en la balanza de pagos, produce paraguayos que viven en un éxtasis histórico donde el perdedor material siempre es el ganador moral, ¿y quién nos quita lo bailado?

Alguna deformación de la realidad fáctica más un elaborado relato heroico es la receta de Juan Emiliano O’Leary para la gran obra de su vida, la reivindicación de Solano López y la presentación y puesta en escena de los héroes paraguayos en su obra EL LIBRO DE LOS HEROES. Es bastante probable que la mayoría de los que defienden a O’Leary no han leído su obra ya que de haberlo hecho se darían cuenta que el estilo usado por nuestro insigne periodista, poeta, escritor e historiador es uno conducente a un solo fin, llenar con ese relato épico los grandes huecos de información faltante sobre esta contienda en quienes tienen una mente virgen como fue el caso de los paraguayos de principio del siglo 20 quienes se preguntaban porque nos habían dado tamaña paliza unidos de a tres y como O’Leary no pudo explicárselo –o no quiso porque no era funcional a su objetivo- le dio a cambio una bella historia de honor, sacrificio, sangre y heroísmo derrochados en cantidades que sólo los paraguayos conocemos y gustamos.

La decisión de reivindicar a Solano López

¿Qué es un relato épico?

Es un género literario en el que el autor entremezcla hechos reales con elementos creados de su imaginación. Coexisten -al mismo tiempo- por un lado un caso conocido e inobjetable y –por el otro- la visión propia del relator, en otros términos; se puede tener un hecho verdadero y uno inventado y no saber dónde está la diferencia. El tiempo se encargará de poner aún más esa pequeña diferencia en el claro obscuro de las cosas nunca objetadas hasta que ambos –lo verdadero y lo inventado- sea una sola cosa. Esa fue la manera con la que O’Leary emprendió la reivindicación de López.

En enero de 1907, O’leary confiesa en su diario personal la manera como decide reivindicar a Solano López:

He terminado la lectura de Juan Facundo Quiroga de David Peña, que por casualidad encontré en la librería de Jordán y Villamil y lo compré en 30 pesos. Hermoso libro, su lectura me ha dejado una grata impresión. Quiroga resulta un prócer argentino. Desvanecida la sangrienta leyenda forjada por Sarmiento, queda la vida del grande hombre reducida a sus justas proporciones. Facundo ya no es el bárbaro, sediento de sangre, corrompido, enemigo jurado de la civilización que pintó el asesino de Peñaloza, el “Dr. de Michigan”. Queda, como bien dice Peña, el general Juan Facundo Quiroga, representante nato de las provincias y precursor de Urquiza en la obra de organización nacional. La teoría de Peña se puede fácilmente aplicar al Mariscal López. Un libro así de reivindicación es mi mas constante preocupación. Alguna vez lo haré […] Y si Rosas y Quiroga tienen sus panegiristas, ¿no podría tenerlos el Mariscal López. (sic) (Brezzo-Romano, Diario Intimo, 2018, p. 51)

.

Si bien a partir de inicios del siglo 20 O’Leary escribió en favor de la creación de un nacionalismo paraguayo usando de base los sucesos de la Guerra Guasú, no obstante se demoró 18 años en escribir el libro de su constante preocupación, lo tituló “El Mariscal Solano López” y lo publicó en 1925.

El ejemplo de Silvestre Aveiro.

Un ejemplo viene a cuento. O’Leary nos trae su particular manera de escribir la historia con la confianza suficiente de que no se llevarían a cabo los cruzamientos de distintas versiones que echaran por tierra su obra y la dejara poco menos que desnudo en la calle.

Un caso de cómo a O’Leary –y en aras de la epopeya que escribió- no le tembló el pulso para cambiar el sentido de un hecho histórico es el de Silvestre Aveiro (foto), aquel joven amanuense de los López y que terminara la guerra con el grado de Coronel que hizo un relato propio de sus experiencias en la guerra y el ejemplo que veremos está en aquellos minutos anteriores a la muerte de Solano López en Cerro Corá en aquella barranca del Aquidaban-niguí desde cuya parte superior y escondido entre la maleza Aveiro lo vio todo y lo testificó. El relato de Aveiro nos muestra a un hombre escondido en el monte, con temor no sólo a mostrarse sino con miedo a animarse a averiguar la suerte del Mariscal a quien los “cambá” se lo habían llevado y para cuyo efecto no tuvo empacho en reconocer que mandó a hacerlo a una mujer de un grupo de paraguayos que encontró también escondidos en el mismo monte.

La mujer -encargada para ese menester investigativo- no volvió junto a Aveiro quien decidió ir en dirección contraria a la de los soldados brasileños y se perdió en la espesura saliendo más adelante a la orilla del bosque donde esperó al enemigo del que se llevaría a alguno al infierno con él. Como no aparecieron, y fortuita y coincidentemente encontró a su familia, pues se decidió por lo más práctico y razonable, huir en dirección a Concepción a la que llegó a los diez días y es llegando a los últimos cuando recién se entera que López había sido muerto en Cerro Corá. En síntesis, Silvestre Aveiro, el notario que daba fe a los escritos de López tuvo, lo que se dice, una actitud acorde a un momento que ameritaba cuidar lo único de valor real que tiene el ser humano, la vida propia y la de su familia, el resto es como un cuento de Andersen.

Y así el relato de Aveiro es de lo más insulso y como decimos coloquialmente, ese relato no vende nada a nadie y metido a escritor, Aveiro, seamos sinceros, moriría de hambre.

O’Leary consideró a Aveiro como uno de los convocados para ingresar en la lista de paraguayos que deberán ser héroes aunque su participación en combate es poco conocida, no importa, el escritor le dará a Aveiro un papel preponderante en el acto final de Cerro Corá, aunque lo critica en su calidad de fiscal de sangre alegando que a Aveiro le tocó la parte más siniestra y cruel de la guerra con todas las puerilidades que ello conlleva pero aun así –ejerciendo aquel siniestro cargo- fue un patriota excelso. 

Distinto del propio Aveiro, para O’Leary -sin embargo- Aveiro ya no está escondido arriba de la barranca en Cerro Corá, ahora Aveiro llega hasta el Aquidaban-nigui para “actuar en el episodio que cierra el cuadro grandiosos de la Epopeya” (sic)[7], esto es, Aveiro ya no es el funesto fiscal de sangre y no puede estar ausente en el acto postrero ahora como ayudante de campo y oficial de Estado Mayor y así —el amanuense coronel— en lugar de huir a Concepción como muchos sin tener idea de lo que pasó con López, ahora “recoge al gigante moribundo entre sus brazos para intentar salvarlo del ludibrio de la negra soldadesca imperial” (sic). Si esto no es un relato épico, ¿Qué es? Aveiro —con la magdalénica actitud que le endilga O’Leary— lava sus sangrientos antecedentes y así tenemos a un héroe paraguayo más, aunque no matara a ningún “cambá”.

Y para cumplir una de las características del relato épico, O’Leary se incluye como protagonista en su propio libro ya que son palabras que recita en 1919 al momento que a Aveiro lo bajan a la tumba en Luque. Tres años después, aquel discurso fúnebre luqueño fue parte de su obra “El Libro de los héroes”. ¿Cuántos luqueños presentes en aquel entierro habrían leído las “Memorias Militares” de Aveiro para poder llegar a la conclusión que O’Leary —en ese momento— les estaba contando un cuento en el que el sepultado no era el personaje real, era uno diferente, uno inmortal, epopéyico?

El ejemplo de Caballero

No mostraremos aquí una flagrante contradicción -por no llamarla vergonzosa tergiversación- como en el caso de Aveiro, aquí, con Bernardino Caballero (foto) mostraremos lo que es el “constructo” de O’Leary para presentar un caso donde lo patético se convierte en sublime por golpe de fértil imaginación y la fuerza y el vigor de pluma. Del que bautizara como “centauro de Ybycui”, había prometido a su amigo el Gral. Bernardino Caballero reconstruirlo como figura de la guerra- nos cuenta:

[…]en Ytororó. Con 3.500 hombres y seis cañones contra 18.000 brasileños, rechazando todos los asaltos y retirándose en su presencia […] volvió a batirse con 4.500 hombres contra 21.000 invasores en Avay, resistiendo hasta sucumbir toda su división, con una intrepidez asombrosa […] en Ita Ybaté fue el alma de la resistencia […] quedó sobre las Lomas Valentinas para proteger la retirada de López con sólo treinta jinetes […] ¿Después? Diarte y Acosta Ñú son sus últimas proezas, vencedor en la primera y Vencido en la última, es ascendido a General de división, llegando a Cerro Corá cargado de Laureles…[…]” (Sic)[8].

Y entonces O’Leary se pregunta… ¿Cual es el general paraguayo que pueda exhibir semejante foja de servicios? (sic). Y ante esta pregunta es imposible no quedar perplejo, O’Leary detalla hasta cinco derrotas de Bernardino Caballero, la desaparición de su propia división y en todas ellas Caballero escapó ileso -pero intrépidamente- para llegar a Cerro Corá “cargado de laureles” (sic) aunque lejos de López. Y preguntamos ¿es eso una foja de servicio o es la más extensa lista de fracasos que general paraguayo alguno tuvo en todos nuestros 200 años de vida independiente?

El legado de O’Leary

El público paraguayo progresó –intelectivamente- en los 100 años que la obra de O’Leary lleva publicada y además tenemos la aparición del medio más eficiente para matar mitos, esto es, las redes sociales y el internet.

Aun así, hoy existen paraguayos que aceptan –con ojos cerrados- el relato de O’Leary y lo hacen para buscar un consuelo a tanta desgracia nacional. Es en esto que O’Leary hizo bien su trabajo y lo hizo en el momento justo, redactar la lista de héroes  que con acciones gigantescas como el Curupayty de Díaz o minúsculas como las del italiano Bullo nos devolvieron el alma al cuerpo después de que aquella pérfida alianza arrasara con nuestro país. Con el derroche de heroísmo matamos el derroche material del infame aliado.

Pero pasado ese tiempo y expuestas las versiones contrarias a las de O’Leary, hoy no tardamos más de diez minutos en derribar a nuestro escritor estrella que, además, se cae sólo ya que si le sacamos al contenido de su relato el estilo en el que está hecho –el épico- no hay manera de mantenerlo a flote en un debate cuando se presenten en él a elementos de juicio que dan a entender que el análisis de la historia no se hace con el corazón o con el estómago, se hace con la cabeza bien fría, con fundamentos, documentos y pruebas fácticas y llamando a las cosas por su nombre. Y con O’Leary tenemos el típico caso del juglar que canta las proezas del héroe olvidándose olímpicamente de sus responsabilidades. Lo baladí no va para la pluma del que construye leyendas y las leyendas no se construyen sobre razonamientos, se hace sobre sentimientos.

¿Hubo héroes paraguayos como contó O’Leary?, ¡Sí, rotundo sí y a montones!, ¿hace eso que el primero de ellos sea precisamente Solano López?, ¡NO, rotundo NO!, y O’Leary fue honesto pues en su libro de los héroes no incluye a López, le escribe otro libro con sólo su nombre y en él se explaya a sus anchas, López es héroe por cuerda separada, no puede estar en el Olimpo, debe estar en una instancia superior, López es la fruta que se come sola, no en ensalada.

Algo cuidó O’Leary con su “Libro de los Héroes” cuando cita a Díaz, Caballero, Escobar, Talavera. Aveiro, Bado, Rivarola, Oviedo, Bullo, el sargento Cuatí, López Yacaré, Real Peró, el Teniente Román, Romero y Ríos, O’Leary no mezcló a López con los verdaderos héroes a quienes entrevistó obteniendo así sus hazañas de primera fuente. A López no lo entrevistó, y como no lo entrevistó, O’Leary le escribió un relato propio que muchos paraguayos siguen recibiendo como hostia sacramentada y algunos se ocupan de mantenerla viva.


[1] Aponte, Adolfo, carta a Justo Pastor Benítez, Asunción, 25.05.1919.

[2] Stroessner, Alfredo, Presidente del Paraguay 1954-1989. discurso del 1° de marzo de 1970 por el Centenario de la muerte de Francisco Solano López.

[3] O’LEARY, Juan E. – EL MARISCAL SOLANO LOPEZ, 3ª. Edición – Casa América – Moreno Hnos. Asunción – 1970 – p. 115

[4] O’LEARY, Juan E. – EL CENTAURO DE YBYCUI.

[5].“Cartas prodigiosas. Juan E. O’Leary y los entresijos de la edición de sus relatos históricos sobre la Guerra del Paraguay (1919-1929)” – Liliana Brezzo – año 11 – n° 25 Enero-Abril / ISSN 1851-992X/ 2019

[6] O’LEARY, Juan E. DIARIO INTIMO

[7] O’LEARY, Juan E. – EL LIBRO DE LOS HEROES – p.

[8] O’LEARY, Juan E. – EL LIBRO DE LOS HEROES – p. 269/70

3 thoughts on “Introducción

  1. Paris Victor Gonzalez Palumbo

    al comenzar a leer la pagina, ya me encuentro sumamente satisfecho, ya que siempre , a pesar que me educaron en mi infancia con la figura de un heroe, apenas he usado la razon , me empecé a cuestionar , que me parecio una barbariadad esa guerra y su supuesto heroe, desde alli me senti un antilopista, y cuando se habla de Acosta Ñu me parece una barbarie , tan grande como la que hcieron las tropas aliadas la de los comandantes paraguayos de hacer pelear a niños y ancianos en una guerra ya perdida mucho tiempos atraz , y de Oleary me pareció siempre un GRAN MENTIROSO

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