16. Fidel Maíz y tres documentos reveladores.

Analizaremos tres documentos que guardan relación con el presbítero Fidel Maíz y que nos proveerán la luz suficiente para poder opinar con propiedad sobre la existencia de la conspiración contra Francisco Solano López en 1868. Estos son:

  1. Una carta de Maíz al conde D’Eu de 1870.
  2. Una carta de Maíz al escritor Juan E. O’Leary de 1906.
  3. El acta de Paraguari de 1868.

Una carta de Maíz al conde D’Eu de 1870.

En este documento del 12 de abril de 1870, Maíz exhibe el evidente pánico que supone saber que, muerto Solano López, la eventual protección que gozaba el sacerdote había desaparecido y podría ser víctima de la venganza de los familiares de los que procesó en San Fernando e Itá Ybaté así como procesado por el propio nuevo gobierno paraguayo provisorio.

 Luis Felipe María Fernando Gastón de Orleans y Sajonia-Coburgo-Kohary, conde D’Eu,

Comandante de las fuerzas aliadas desde abril de 1969 hasta el final de la guerra.

Maíz escribe al conde D’Eu para rogar que lo mantenga como prisionero y lo envíe a Río de Janeiro y quedar bajo el amparo del Emperador Pedro II, haciendo uso de una terminología rastrera y llena de alabanzas al vencedor del Mariscal López. En explicación de las razones que le mueven, Maíz escribe:

Comprendo, señor, que mis antecedentes o el rol que he desempeñado, en el teatro de la funesta guerra, que felizmente ha terminado, merced a las brillantes operaciones de V.A. concluyendo con la única causa de ella, que fue el sanguinario López, me colocan para ante el público bajo un punto de vista asaz complicado no menos que comprometido para mi […]

Los ánimos agitados y prevenidos, por un lado, y por otro la falta de exacto conocimiento de la conducta que López guardaba con aquellos que le rodeaban en ciertos asuntos y entre los cuales tuve la fatal desgracia de aparecer últimamente, sirviendo a sus miras y caprichos, no hay dudas que despertarán contra mí, y adelantarán especies más o menos desfiguradas y distantes de la realidad en los hechos de que debo dara satisfacción […]

Pero cuanta aberración!, Que funesta desgracia! Hoy que ha desaparecido AQUEL VAMPIRO, después de haber chupado gota a gota la sangre que a torrentes hizo verter en esta tierra y que en la calma de estos hermosos días de libertad y regeneración para la patria, he tenido que contemplar bajo el prisma de la fría razón, la verdadera faz de los hechos, no puedo más que deplorar profundamente la triste suerte de no haber empleado el pequeño contingente de mis esfuerzos e intereses en pro de los sagrados derechos de mi patria, sino en sostener los odiosos caprichos de un déspota cruel, cuyo negro corazón jamás palpitará de sentimiento alguno de humanidad.

Maldición a su execrable memoria! Perezca para siempre su nombre funesto!!![1].

Habiendo definido a Francisco Solano López con su inigualable estilo, Maíz pasa a referirse a los procesos de san Fernando:

Debo hablar la verdad tal cual la comprendo; es precisamente porque me confió de formar como fiscal, a la par de otros, la causa de la conspiración denominada de alta traición a la patria y al gobierno […] López tenía habilidad suficiente para inspirar sus ideas, y hacer comprender a los fiscales aquel lado por donde quería que se llevase la causa, y luego dejarlos obrar para decir después que él no coartaba la libertad de los tribunales siendo así que nada se hacía sin él, ni con nadie se podía hablar sino con él sobre el particular.

Autorizó la tortura en todo género de tormentos para arrancar la confesión de los reos, que protestaban de su inocencia, y desgraciados de aquellos fiscales que en estas operaciones no mostrasen toda indignación, pues de lo contrario eran considerados como sospechosos en lealtad y adhesión a la causa nacional y a la persona de López […].[2]

He dicho que tenía un remordimiento relativamente de la causa de la pasada conspiración dudando de ella y a lastimar mi conciencia, trabajé siempre conforme a las inspiraciones de López, siendo él quien me había constituido fiscal en su carácter de dictador, esto es, investido de las facultades extraordinarias que le concedían las leyes patrias; y de consiguiente él, que obraba contra la ley, fuera de la ley, y sin la ley, no me daba aquel oficio sino para ejercerlo conforme a su voluntad…..[3]

El momento crucial del escrito llega cuando Maíz dice:

Cuando decía que dudaba de la existencia de dicha causa (la conspiración), era con relación al tiempo que iba sustanciándose; pero después y cuando no resultó firmada sino a fuerza de confesiones arrancadas bajo el dolor de las torturas, sin haber valido a nadie la constante afirmación de su inocencia, sino para ser considerado como reo contumaz y rebelde en el crimen, no habiéndose encontrado un solo documento, ni letra escrita referente a tan vasta y complicada maquinación, cuyos papeles fueron todos registrados, pero sin resultado alguno positivo….[4].

En este párrafo, donde Maíz reconoce en 1870 que no se había encontrado un sólo documento que demostrara la conspiración, identificamos otra prueba de la falsedad de los cargos que el mismo sacerdote formuló a los procesados ya que en los casos de José Berges y Benigno López, los principales inculpados, en el dictamen del 17 de diciembre de 1868 el fiscal Maíz escribe:

(Berges) Ha firmado como Benigno López los dos documentos de instalación del Comité Revolucionario, y el del compromiso para el asesinato de S.E. el Señor Mariscal-Presidente, robó al Tesoro Público, falsificó billetes, mantuvo comunicaciones con el enemigo, fue, en fin, lo mismo que Benigno, el corifeo principal de la nefanda trama de la revolución, y sus rastros de negra perversidad son inapelables[5].

A.N.A. SH-355n9 folios 59 y 60.

Maíz continuó realizando su descarnada defensa ante el conde D’Eu y deslindó responsabilidad sobre las sentencias de muerte de las que dijo no haber participado, y todo en un escrito de súplica de protección del propio enemigo.

La carta de Fidel Maíz al escritor Juan Emiliano O’Leary.

En carta del 10 de junio de 1906 a Juan E. O’Leary, Maiz aún entiende que la conspiración es de dudosa creencia:

Don Benigno pudo entonces salvarse de caer preso (en ocasión de la ascensión de Francisco Solano a la Presidencia), pero no tardó en venir la guerra con la triple alianza, y en el curso de ella cuando las corazas enemigas forzaron las baterías de Humaitá, subiendo hasta la Asunción,…. entonces el Mariscal, envolvió a Benigno, entre otros muchos, en la supuesta gran conspiración y después de infinito padecer, lo mandó fusilar en Pykysyry[6].

Juan E. O’Leary.

El Acta de Paraguari.

Uno de los testimonios que se puede observar en el apéndice de la obra de Fidel Maíz, “Etapas de mi vida”, es el de Juan Esteban Molinas que habló de una supuesta acta firmada por los conspiradores en la ciudad de Paraguari y que pasamos a analizar. Otros testimonios son los de los coroneles Centurión y Aveiro que no son más que extractos de sus respectivos libros publicados en la pos guerra.

El Padre Fidel Maíz presenta este testimonio de Molinas, sobrino del Juez Molinas de la misma localidad de Paraguari, como la “PRIMERA REUNION DE LOS CONSPIRADORES” redactado por el mismo Juan Esteban Molinas en agosto de 1909, expuesta por Silvano Mosqueira mas tarde y complementada por el mismo Molinas con una carta del 17 de mayo de 1917.

Veremos partes de este testimonio de 1909 y de la carta de 1917 que consideramos las más importantes pues en su conjunto el testimonio adolece de evidentes falencias.

El relato se inicia con una reunión en los altos de la Estación del Ferrocarril de Paraguari con el supuesto motivo de buscar bueyes para las carretas ocupadas en las minas de Ybycui. Asisten Benigno López, José Berges, Saturnino Bedoya desde Asunción y los lugareños Gregorio Molinas, juez del lugar y tío de Juan Esteban, Manuel Ignacio Fernández y el vecino más acaudalado del pueblo, Joaquin Patiño quienes habrían firmado un acta donde se comprometían a entregar Asunción a los aliados. Además de los citados habrían participado unos 45 jefes o autoridades de los pueblos circunvecinos que debían apoyar la revolución.

El hermano mayor del juez Molinas, padre de Esteban Molinas, quiso ingresar a la reunión, aunque su hermano el juez no se lo permitió por considerar que se trataba de un asunto muy grave y no quería comprometerlo, pero en el relato se indica que es el que contó todo esto a su hijo Esteban y la conspiración así fraguada en Paraguarí fue descubierta –según el testimonio del hijo- por el vice-presidente Sánchez. En el documento testimonial Esteban Molinas asegura que el acta cayó en manos de López y todos los firmantes fueron ejecutados” y paso siguiente Molinas testimonia:

 La entrega (de Asunción) debieron efectuarla el 24 de Julio (1868) según el convenio; y prueba de ello es que los acorazados brasileños llegaron ese día al puerto de Asunción, sin resistencia. El 23 de Julio llegó el sargento (Juan Esteban) Molinas a San Fernando, herido en Acayuazá el 18 del mismo (mes) y entonces ya se sabía allí oficialmente, en el campamento, que los acorazados iban a pasar al día siguiente para hacerse cargo de la Asunción ”[7] (Sic)

No parece ser convincente el motivo de la reunión en Paraguari ya que la eventual entrega de Asunción a los aliados no necesitaba de la anuencia de las autoridades de ese pueblo y/o de los otros circunvecinos salvo que se estaría así allanando el camino de las tropas aliadas que vendrían del Ñeembucú, cruzarían el Tebicuary, pasaría por Caapucú y llegaría a Paraguarí conforme al mapa que Benigno López dibujó al ministro Washburn para entregárselo al Marqués de Caxías que hemos visto en el sub-capítulo 11, pero en el testimonio de Molinas no se habla de ello sino más bien de la llegada de los buques de la flota imperial por el río Paraguay que –conforme a Molinas- arribaron a Asunción el 24 de Julio de 1868, lo cual es totalmente falso ya que la única llegada de esos buques a la capital se registró en febrero de ese año y no en Julio.

Y para que no queden dudas de que Molinas se ratificó en que los buques brasileños llegaron a Asunción el 24 de Julio de 1868, en la carta que escribió en 1917 cuyo destinatario no se menciona, el mismo Molinas se vuelve a ratificar hablando en tercera persona:

“Herido de gravedad por un lanzazo, en el costado izquierdo, en Acayuazá (18 de julio de 1868) fue trasportado por el camino del Chaco a Monte Lindo, donde llegó el 23 y donde esperaba un vapor, que lo trasportó y desembarcó en San Fernando, como a las 8 de la noche. Allí supo que se había descubierto en la Asunción una revolución y que el día después iban a pasar dos acorazados que subirían hasta la Asunción que entregarían los conspiradores; al amanecer del día siguiente pasaron los acorazados, que bombardearon San Fernando […] Que el complot fue descubierto tres días antes (el 21 de julio) que fuera puesto en ejecución. Que el acta firmada cayó en poder del Vice-presidente, quien la envió a López.”[8]

Revisada la historiografía, efectivamente se puede leer en la obra de George Thompson que en dicho día 24 de julio de 1868 algunos acorazados brasileños forzaron el paso de la fortificación llamada “el fortín” en la desembocadura del Tebicuary a unos cinco kilómetros del campamento de San Fernando pero los mismos –una vez que pasaron aguas arriba y en lugar de dirigirse a Asunción como supuestamente el plan de los conspiradores decía- volvieron raudamente aguas abajo recibiendo un tremendo castigo de los cañones paraguayos lo que les valió quedarse en una orilla unos días para componer sus daños y dirigir a su base de Tajy, polo opuesto de Asunción[9]. Esta maniobra solamente puede ser la de un reconocimiento de aquella desembocadura donde los aliados sospechaban que Solano López se había fortificado.

Consultada la historiografía brasileña vemos que efectivamente la misión de los vapores brasileños aquellos días del 23 y 24 de julio de 1868 fue de reconocimiento de las márgenes del río Paraguay y las fortificaciones paraguayas en el Tebicuary en la izquierda y que una vez pasadas éstas, aguas arriba llegaron hasta el arroyo Recodo, desde donde giraron en redondo para aguas abajo pasar –bajo fuego- de nuevo frente a las fortificaciones de la orilla izquierda del Paraguay[10]

El regreso de esas naves apenas pasada la desembocadura del Tebicuary es índice elocuente que no había tal plan de llegar hasta Asunción y tomarla como afirmó Esteban Molinas en su testimonio, ni en Julio cuando ocurre este hecho ni en febrero cuando en realidad llegaron hasta Asunción por única vez ese año de 1868 cuando no se detuvieron en la capital ni desembarcaron tropas para fortalecer la supuesta revolución.

No obstante, existen versiones que Solano López había advertido que ese día 24 de julio de 1868 los aliados tenían pensado hacer algo en pos de la revolución.  En Washburn se lee:

En varias de las cartas de Benítez (dirigidas a Washburn) se había insinuado que el 24 de julio, cumpleaños del presidente, los aliados harían un gran movimiento contra las líneas paraguayas, y que al mismo tiempo los conspiradores y sus alrededores, Luque y otros lugares iban a hacer una manifestación. Pero el día llegó y pasó, y no vimos nada de conspiración ni de conspiradores, ni oímos ningún movimiento por parte del enemigo” [11](Sic)

Tampoco cuadra la fecha del descubrimiento de la conspiración que señala Molinas pues para cuando la misma se da –21 de Julio de 1868- los supuestos cabecillas del complot ya estaban privados de libertad en Ceibo y luego engrillados en San Fernando desde dos meses antes, empezando por Benigno López que ya fue traído en Marzo a Ceibo por órdenes de su hermano Francisco Solano López y ya estaban allí esperando José Berges y Saturnino Bedoya, enfrascados en un careo ordenado por el Mariscal (Centurión) por lo que la fecha de descubrimiento que brinda Molinas es totalmente falsa, así como el dato de la toma de Asunción lo que supone que ese testimonio fue preparado para reforzar la tesis de la existencia de la conspiración.

El redactor del testimonio, haya sido el propio Juan E. Molinas u otro, desconocían, obviamente, que Saturnino Bedoya nunca pudo estar en Paraguari en aquella ocasión de la reunión de conspiradores porque desde diciembre de 1867, cuando visitó Paso Pucú para la ofrenda de objetos de valor a López, éste no lo dejó más abandonar el lugar y regresar a Asunción –muriendo en San Fernando a los pocos días de llegar- por lo que Bedoya nunca pudo estar en Paraguari a principio de 1868.

Finalmente es de notar que, en ambos documentos, testimonio de 1909 y carta de 1917 supuestamente firmados por Esteban Molinas, este no identifica a su padre por su nombre ni tampoco establece claramente la manera en que su padre haya tomado conocimiento del complot ya que –según el testimonio de Molinas- el mismo no fue autorizado a formar parte de la reunión de los conspiradores ni a escuchar lo allí tratado justamente porque su hermano, el juez, no quiso comprometerlo.

Finalmente queda por señalar lo más importante de las cuestiones tratadas aquí y es que habiendo asistido a aquella reunión en Paraguarí los Srs. Berges y Bedoya, se estima que la fecha de la misma sería las primeras semanas de 1868 y si Benigno López ya fue llamado a Ceibo en el mes de Marzo y ya estaban allí los otros dos implicados, Berges y Bedoya, es de considerar que el acta de Paraguarí fue descubierta por el Vice-Presidente Sánchez en el intérvalo y enviada a Solano López a Paso Pucú o más probablemente a Ceibo, pero este documento no aparece en ninguna de las declaraciones que se le atribuye a Benigno López y a José Berges ni en el dictamen (AHRP – SH 355n9) durante el proceso, en especial en las declaraciones del 23 y 25 de Julio del ex canciller que le fueron trascriptas al ministro Washburn por Gumercindo Benítez en fecha 31 de Julio.

Así, pues, este testimonio de Esteban Molinas, que el Padre Maiz presenta como prueba de la existencia de la conspiración, está plagado de falsedades, inexactitudes y anacronismos y como tal lo tomamos, fundamentalmente porque el remanido acta brilló por su ausencia en los reclamos posteriores y hoy nadie puede asegurar si realmente existió. Por otro lado, si hubieran existido y llegado hasta López y haya sido agregado al expediente, no había motivo para que el Padre Maíz no lo exhibiera como prueba habiendo retirado –y hecho desaparecer- aquellos legajos en los que se supone debería estar. 

Por otro lado, el padre Maiz no parece haberse percatado que dos de sus testimonios presentados en el “apéndice” de su libro “Etapas de mi vida” se contradicen ya que cuando el de Juan Esteban Molinas habla de una confabulación de 51 personas (tres de Asunción, tres de Paraguarí y cuarenta y cinco de los pueblos circunvecinos), el testimonio del coronel Aveiro -testigo traído por Maiz- es claramente contrario cuando dice:

La conspiración venía preparándose de tiempo atrás, encabezada por Benigno López, valiéndose los iniciados de un medio hábil para que unos no supieran quienes eran los demás y solamente se sabía el secreto de dos en dos, entre los conspiradores”[12](Sic).

Es obvio que el Padre Maíz no verificó a fondo el contenido de sus testimoniados que como hemos visto se contradicen pues el relato de Molinas con 51 complotados todos al mismo tiempo y a sabiendas de lo que se pretendía colisiona con la exposición de Aveiro quien, por otro lado, nada dice de una “entrega de Asunción” a la flota imperial pero asegura, sin embargo, que los aliados vendrían por vía terrestre por “el paso de Santa María en el Tebicuary” sin citar para nada que en Paraguari ya estaban todos esperando esa marcha según Molinas.

Así de intrincados son los testimonios y las versiones de esta conspiración que presenta el padre Maíz en 1919 como prueba de su existencia, aunque a finales del siglo 19 había asegurado en una carta al Dr. Estanislao Zeballos que la conspiración no existió, lo mismo que dijo a D’Eu.

Las conclusiones.

Estos tres documentos nos señalan que el padre Maíz –insistimos- no se percató de la contradicción que emerge de ellos pues cuando en su ”Etapas de mi vida” (1919) pretendió defenderse del ataque de Godoy exhibiendo el acta de Paraguari (1868) en el que se asegura que ese documento llegó a estar en poder de López, sin embargo en su carta a D’Eu de 1870 el mismo sacerdote afirma que no se encontróun solo documento, ni letra escrita referente a tan vasta y complicada maquinación, cuyos papeles fueron todos registrados, pero sin resultado alguno positivo”. ¿Cómo podría llegar a López un documento firmado por los conspiradores y el fiscal principal no estuvo al tanto de ello ni fue incluido en el proceso? Eso sólo es posible cuando el documento no existe y si fue así que ningún otro documento apareció, la conspiración tampoco existe de manera probada más que con declaraciones arrancadas por la tortura que, al decir del propio Maíz, contenían cargos que sólo existían en ellas (sub-capítulo 14).

Y todo esto se refrenda con afirmaciones mucho más contundentes aún y que inclina la balanza definitivamente:

He dicho que tenía un remordimiento relativamente de la causa de la pasada conspiración dudando de ella” … “ (1870), “Cuando decía que dudaba de la existencia de dicha causa (la conspiración), era con relación al tiempo que iba sustanciándose; pero después y cuando no resultó firmada sino a fuerza de confesiones arrancadas bajo el dolor de las torturas (1870), “entonces el Mariscal, envolvió a Benigno, entre otros muchos, en la supuesta gran conspiración y después de infinito padecer, lo mandó fusilar en Pykysyry (1906).

Maíz deja claro que aquellos procesos estaban inspirados y guiados por Solano López: “que nada se hacía sin él, ni con nadie se podía hablar sino con él sobre el particular”, que en dichos procesos López actuó fuera de la ley: “Autorizó la tortura en todo género de tormentos para arrancar la confesión de los reos, que protestaban de su inocencia […] y de consiguiente él, que obraba contra la ley, fuera de la ley, y sin la ley, no me daba aquel oficio sino para ejercerlo conforme a su voluntad…..”, y aquí Maíz se sincera ya que era de público conocimiento que por el Estatuto de Gobierno de 1842, creado por el propio Carlos A. López, los tormentos y las confiscaciones de bienes estaban prohibidos aunque las leyes coloniales los autorizara. Aquel Estatuto decía claramente que las leyes españolas sólo regían para lo que no contradecía al mismo.

Maíz nos dio, entonces, la mejor de las pruebas, la propia confesión que le hace al conde D’Eu en 1870 y que no varió sustancialmente con la que le brindó al Dr. Estanislao Zeballos en 1888 y 1889 y a O’Leary en 1906 y si bien acomodó su postura al acercarse a la protección que le brindaba la reivindicación de López que O’Leary practicara a partir de 1907, no negó –en su defensa de 1919- el contenido de la carta a D’Eu que el propio Godoy se encargó de publicar así como tampoco se retractó de las declaraciones realizadas a Zeballos aunque éstas no vieron la luz pública hasta el siglo 21.

El destino quiso que el padre Maíz viviera muchos años y el trascurso de los mismos el propio sacerdote se encargó de dar las pruebas que aquella conspiración sólo existió en los papeles en los que fueron recogidas aquellas dolorosas declaraciones realizadas bajo tortura y que el sacerdote entendió no debían estar más a disposición de los paraguayos, haciéndolas desaparecer.


[1] Godoy, Juan Silvano, Documentos históricos. El Fusilamiento del Obispo Palacios, el Tribunal de Sangre de San Fernando, 1916, pp. 211 y 212. Esta carta también puede verse en Heyn S., Dr. Carlos, Escritos del Padre Maiz, A.P.H., 2010, p. 113.

[2] Id. Ib. p. 214

[3] Id. Ib. pp. 215 y 216

[4] Id. Ib. p. 216

[5] A.N.A. SH-355n9 folios 59 y 60.

[6] Heyn S., Carlos, Escritos…p. 294. En: Manuscrito, Biblioteca Nacional, Col. O’Leary.

[7] Id. Ib. p. 169

[8] Id. Ib. p. 170

[9] Thompson, George, La Guerra del Paraguay, 1992, Asunción, RP Ediciones,    p.182

[10] Vizconde de Ouro Preto, A Marinha d’ Outr’ra, 1894, Rio de Janeiro, Libreria Moderna, p. 377.

[11] Washburn, Charles A., The History of Paraguay, Boston, 1871 – p. 339

[12] Heyn Schupp. Ob. cit. p. 176

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